domingo, 25 de mayo de 2014

Centenario de la primera guerra mundial
Semana del 11 al 17 de julio del 1914

El oficio de rey
  Han pasado 8 días desde el atentado a Sarajevo, y aquí están uno al lado del otro –casi tan juntos uno del otro que cuando iban en el coche en el que les fue dado celebrar de golpe, en plena calle, en Sarajevo, sus bodas de sangre- el archiduque Francisco-Fernando y su esposa están reunidos, ciertos de nunca separarse, reposando en la residencia familiar de Amsteten, idos para el inmóvil y grave viaje durante el cual, por lo menos, no hay nada que esperar, ni a temer a los hombres…..Ellos han dejado el país de conjuraciones y franqueado la frontera de atentados. Ellos tienen la paz, trágica y misteriosa aun, las cenizas de los Habsbourg, ya que, si bien que no eran descendientes de la antigua raza, Sofía de Hohenberg, al caer por la casa de Austria, ha apostado para ganar, con el precio de su vida, el título que le faltaba. Es de buena justica, ya que ella, no ha podido aprovecharse, el asesinato deberá hacerla archiduquesa. Ella ha sabido, en efecto, llenar en una sola vez, al vuelo de las circunstancias, la labor no era en ningún modo la suya, ella a muerto de pie, delante del heredero que ella quería cubrir con su cuerpo, cautivadora y autoritaria en la inmediata invitación al peligro su parte de realeza y mortal honor. Ella ha tocado la cima de  su misión en cumpliendo  in extremis, como una profesional de la corona, el soberano deber.
   El príncipe, le había dado desde hace mucho tiempo ese gran y difícil ejemplo. El sabía que el oficio de emperador y de rey comporta al primer jefe el riesgo incesante de la muerte, y en ninguna manera la muerte dulce y acompañada, sino la muerte brutal y desprovista de todo placer. Más que el último y más expuesto de sus súbditos, el soberano esta en perpetuo estado de mortalidad en todo minuto de su preciosa e imponente vida, de su vida también cuidada, vigilada y defendida, mismo a pasar de él, de su vida rodeada de las más severas protecciones, asfixiado y fortificado por los más asombrosos medios. Un rey, un Emperador, una emperadora, una reina, los padres del rey, los hijos del rey, los amigos de los reyes, los perros y los caballos del rey también están en punto de mira y amenazados de una manera persecutoria, encarnizada y especial. Todo lo que de lejos, y a más fuerte razón de cerca, toca al trono, corre un peligro brusco y cotidiano. Es indispensable saber que esto cuando, al grado que sea, ocupa un sitio grande o pequeño en la tierra primero, en las cercanías de la estrada, y un poco más cerca, empezando a subir todo lo largo de los escalones, hasta la cima, contra los intentos y hasta algunos pasos del trono purpura y oro, y e fin sobre el trono el mismo que os expone, sin que el cetro tenga la ventaja de pararrayos, ya que no atrae al rayo que para dirigirlo contra él en vez de desviarlo.
  Entonces pensar en la buena educación de coraje y de serenidad que hay que haber recibido y estar constantemente infligido en uno mismo para alcanzar el punto donde esta idea de la muerte violenta y privilegiada que acecha al soberano es aceptada y adoptada por él de espíritu, corazón y cuerpo, sin la más mínima protestación, ni el más ligero de reflejo de inteligencia. Hay días que les llega esta idea, preferida hace parte estrecha e integrante del monarca, de sus pretensiones y derechos. El la tiene como una prerrogativa y, se le retirara, la echaría en falta. Y esta muerte trágica y canallesca, el rey debe igualmente, sino admitida por los suyos, por lo menos considerarla. Sin duda él no se resigne, pero por conciencia, él la ha previsto, él se la pone delante de los ojos y él se aplica a vivir en la compañía de este espectáculo insostenible. De esta manera él aguanta mil tormentos de lujo, traviesa dramas superfluos que no siempre llegan, pero que creen y mantienen la posibilidad. El rey, el emperador están en guardia en cada instante sabiendo que nada puede los puede proteger. ¡Qué situación! ¡Qué estado! Imaginaros que tenga el gusto de respirar al aire libre y encontrar el cielo azul con este peso y este pensamiento dominante que hay que conservar fiel y secreto en medio de los suyos que ellos también se ingenian a su lado para disimularlo durante que ellos la rumian. De arriba abajo, de un lado a otro de la escala familiar, a través de todas las ramificaciones del parentesco, he aquí lo que es el estar sobre el trono.
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   Para el hombre, ante todo no tener el derecho de estar enfermo, o tener siempre buena salud, según las circunstancias, ni reír o llorar como él quisiera, esclavo de razones de Estado que les prescriben en la cara y una salud política y además es temor, todo temer –y sin tener miedo-, temor impasible muy alto, temor por él a causa de los suyos, y temor por los suyos a causa de él, estar obligado de concebir todos los proyectos con todas las razones de prohibírselas porque no está seguro de nada, y, pase lo que pase, siempre mostrar un buen pecho y rostro sonriente al pueblo, a los soldados, a esta muchedumbre que aclama o se calla, a esta multitud sombría, enigmática e ignorada, a esta muchedumbre inmensa, a veces más extranjera que el extranjero, estos súbditos de los cuales no es el jefe, que les llaman sus hijos y entre los cuales, en la última o la primera fila, se impacienta ese o esa que cierra entre sus manos, bajo su abrigo, la muerte ya preparada….Y sea así, para responder a tantas precauciones, aguantar el golpe, estar preparado como la muerte, no cederle nada sobre el terreno, hablarle, mirarla, no quitarle ojo, y pensar sin discontinuar, creer todo el tiempo que es ella, mismo cuando se sabe que no es ella, cuando el coche va demasiado deprisa, o que el ralentí, cuando se atraviesa un gran espacio al descubierto o que se adentra en una calle tortuosa, cuando un anciano con muletas agita una pancarta, que una mujer envíe un beso o lance flores, que un padre levante con sus brazos a un niño que patalea, que un mendigo tire su sombrero….hacer atención a todo en el interior, jamás perder de vista esta muerte reservada y no hacer nada para evitarla, por un orgullo magnifico, cada vez que se inclina una bandera, que parte un grito, que explota un cohete, que cae dentro de la carroza una súplica o una rosa….Asentarse en un banquete, a la música, al consejo, ignorando que la bomba seguramente esta puesta bajo la mesa y que en estirando la pierna, sea él o su esposa, la hacen explotar con la punta del pie….Todo el tiempo así, sin un segundo de alivio, decirse en cada ruido, en cada silencio, en cada gesto del otro que se dibuja: <<Ya está. Ya me toco>> Y cuando eso no sucede <<no ha sido esta vez>> y, que se ha franqueado el minuto del falso peligro, reflexionar que seguramente será para dentro de un rato, para mañana, para la próxima vez, y no obstante ser amable siempre ser amable en el seno de estos negocios perpetuos, simular la confianza para inspirarla, proclamarla para creerla, mismo exagerarla, ser más que bravo, bravear, ser imprudente, temerario, loco, apartar la policía, salir solo, a pie, un bastoncillo en la mano, y atravesar la ciudad, despacito, después del atentado fracasado, volver al sitio en don a faltado un pelo para que…..y, de lo alto del balcón, clamar con la cabeza descubierta, con una voz fuerte, a su país…. que ama! De amor invencible! Que él no es responsable del crimen de un perdido y que no siempre está aquí! Pero en la noche por lo menos, en la posición del hombre acostado…..soñar, soñar mucho y encontrar el futuro muchas veces más espeso que las tinieblas, y dormirse al amanecer, al final del insomnio, de un sueño lleno de caballos encabritados, vidrios que se rompen y gente que huye, de un sueño mimado de sacudidas, brusquedades, sobresaltos, frías sudores, sin ser feliz de encontrar al despertarse el paso sospecho e indiferente de los centinelas que acampan en los corredores….He aquí, por el rey, el emperador…por el hombre.
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   Pero las mujeres, ah! Las pobres mujeres, se tienen tan esbeltas, tan bellas, tan orgullosas, tan admirables y admiradas en las ceremonias……cual es su verdadero destino a estas reinas, a estas emperadoras que solo su nombre las viste y las acoraza de oro, las adorna de perlas y diamantes, les hace radiar de majestuosidad, riqueza, de toda la brillantez terrenal. Más que el emperador y el rey ellas pasan la vida a temblar, sin percibirlo, tiemblan con un valiente desgarramiento!.... Ellas tiemblan por su marido, por sus hijos y por ellas mismas cuando ellas piensan en los más grandes peligros que corren a sus seres queridos, si alguien se los quitara. Ellas no podrán impedirlo –ellas lo saben- . Si sus maridos y sus hijos son golpeados, ellas encontrarían un medio de hacerse golpear también al lado de ellos, se arreglaran para seguirlos. Así es como las veis en las calesas, las carrozas vidriadas, en los coches descubiertos….erguidas, inquietas vigilantes, el busto glorioso y tendido, esforzándose a golpes de miradas, sonrisas, aludos, atrayendo hacia ellas la atención pública, distraerla y aceptarla, preparados a la mínima alerta, a oponerse instantáneamente al pecho del rey su pecho femenino y materno, dispuestas por adelantado a recibir la bala o la hoja del cuchillo….haciéndoles casi una señal con una especie de coquetería de sacrificio arrogante y sublime. Y sobre los arcos de triunfo de verdura, ellas envidian a las mujeres de los barrios pobres que pueden salir por la noche en el escabel de los niños raquíticos que amamantan. El coraje a ellas debe de ser positivo, dulce, estoico y resignado. Ellas no tienen el tiempo libre para combinar y tejer sin descanso la desgracia, hilarla, perfilarla, bordarla, festonarla, tricotarla. Es la eternal obra de las damas. La vista de sus hijos ven en ellos huérfanos pálidos por el duelo. Salir del palacio, le atrae de seguida la idea que ya no volverán. Cada fiesta pública evoca la decoración y la ocasión propicia de un crimen. El más mínimo grito bien podría ser la señal. El silbido de un niño, enfría el corazón……
   Los reyes, las reinas, los emperadores, las emperatrices, los monarcas de grandes y pequeños Estado, sea el que sea, están todos aquí. No es señalar ni comprometer especialmente a ninguno de ellos, todos sin excepción, están amenazados desde la cuna, algunas veces mismo antes, hasta el obscuro y confuso abrigo
de los costados maternos. Apenas ellos han alcanzado la edad de saber su triste majestad, que todos están al corriente. Ellos conocen su fúnebre suerte. Su espirito inventivo y sobreexcitado puede trabajar por ellos. De esta manera ellos quieren por participación, con la elucidad de las víctimas, lo que se producirá, mismo después cuando ya no este: como la nueva espera y siempre sorprendente partirá en todos los lugares de la tierra a través de los hilos del telégrafo, sobre las ondas invisibles, a través de los mares, para ir a encontrar y chocar a los otros reyes y emperadores, a sus queridos hermanos y primos, advertirlos, se encuentre donde se encuentren, en medio de un baile, en la caza, sobre el puente de un yate, durante una fiesta, en la mesa, con la copa en la mano en el minuto mismo que se bebía a su salud, en la cama en don les despiertan con un jadeante y dulce respeto: Sir! Terrible noticia. – Qué? – El rey de tal país viene de ser…. – Ah!
   El Papa también aprenderá la noticia, sentado en su pequeña habitación blanca, o al salir del altar, en el transcurso de una plegaria que él no la suspenderá, ni la acortará, que la terminara más profundamente, los ojos mejor cerrados y profundos, en una indecible concentración de misericordia…..Y él anulará este día la visita de los peregrinos venidos en gran número de África, América o de Asia que piafaban en el patio San Damaso, mientras que él enviaba un despacho su pésame y sus bendiciones que las trasmitirán en el palacio en duelo, despacio, casi sin sonido, la mano cerca de la boca……..
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   Cien veces, mil veces, en el transcurso de semanas, meses, años con la devorante y vertiginosa rapidez del pensamiento, así las escenas posibles de su misterioso y trágico futuro, diciendo que ninguna potencia impedirá su destino, de seguir su marcha ya trazada y que todas las precauciones y medidas de seguridad, no harán más que retardar y modificar, pero no detendrán nada….. En vez de que sea en una plaza, la cosa llegara a bordo en el agua….., o por la noche en vez de por la mañana…..es todo. No se abstendrá jamás que una modificación ligera del crimen, una variante del atentado.
   Y por tanto los reyes, los emperadores, las reinas, la emperatrices, los príncipes herederos, son, por este mismo pensamiento de la muerte trágica “atada a su persona” desbordantes de alegría, de seguridad y orgullo. Es su grandeza y su honor. Si cesaran de temer mañana por su vida, arriesgarla de la mañana a la noche en este puesto expresamente peligroso, no valdría la pena de reinar……Esta manera de terminar con una implacabilidad lógica en el espíritu y el carácter de la situación. Ya que está probado que la muerte es, por el común de los hombres, un coronamiento, esos que ya llevan la corona sobre la tierra están expuestos a ser tratados en sus últimos instantes con un esplendor y una magnificencia terrible, dignos de su elevación.
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