Centenario de la primera guerra mundial 1914 - 1919
Semana del 29 de agosto al 4 de septiembre 1914
Los Funerales del Papa Pío X
Mientras que una
parte de Europa se encuentra a fuego y sangre y que todas las naciones del
globo asisten con agobia a las primeras peripecias de la más formidable de las
guerras que jamás ha visto la humanidad, el mundo cristiano, se desvía un
instante de esta visión para mirar hacia el palacio en donde viene de
extinguirse, aniquilado por la guerra que él no ha podido evitar, el augusto
anciano, apóstol soberano de bondad y paz universal, que desde hacía once años
ocupaba el trono de San Pedro. De una parte a la otra de la península, la
Italia se ha estremecido aprendiendo la noticia, en las ciudades, en las
campañas, en los pueblos, se han puesto a rezar. En Roma una gran muchedumbre
meditabunda se dirige hacia el Vaticano ansiosa de contemplar por última vez el
rostro sereno de Pío X envidiando sin amargura a los privilegiados prelados y
patricios admitidos a ver de cerca las ceremonias impotentes que reclama la
muerte de un Papa. Ceremonias preparadas desde hace tiempo, siguiendo un orden
inmutable y, que, esta vez siguiendo el deseo exprimido por el difunto
pontífice, fueron también tan simplificadas que lo permitían los ritos
consagrados.
Fue durante la
noche del jueves 20 de agosto, hacia la una de la madrugada, que el soberano
pontífice rindió el último suspiro, después de habérsele escapado palabras
inarticuladas, en las cuales han creído
reconocer las frases “guerra” y “Paz”. A su lado velaban sus
dos hermanas, su sobrina, los cardinales Merry de Val, secretario de Estado y
Bisleti.
Los nobles
guardias de servicio, llegaron de seguida para montar la guardia al lado de los
restos mortales, se procede al último aseo, y, pronto en la logia de Rafael se
van deslizando sombras que vienen devotamente a arrodillarse delante del lecho
mortuorio.
El Papa Pio X en su lecho de muerte
Desde el alba, una
multitud meditabunda iba llenado la plaza de San Pedro las miradas levantadas y
fijas en las ventanas del apartamento privado. Jamás de memoria de romanos, no
se había visto, en parecidas circunstancias una aflicción tan real ni tan
grande. Pío X hijo del pueblo, había conquistado por su bondad y por la
simplicidad de su vida.
La muerte del papa
releva ipso facto de sus funciones al
secretario de Estado y a varios altos funcionarios de la Curia romana. Es el
camarlengo de la iglesia que preside todas las ceremonias y que asume la
administración general de la iglesia hasta la elección del nuevo pontífice. A
este título el cardenal Della Volpe, tuvo que confirmar el fallecimiento
después de haber golpeado por tres veces la frente del difunto con el
tradicional martillo de plata.
Siguiendo la
voluntad de Pío X, su cuerpo no fue embalsamado. Hacia el final del día,
vestido con hábitos pontificales, fue llevado a la sala del trono donde de 5 a 7, se vio desfilar los
miembros del cuerpo
diplomático, el alto clérigo y de todas las órdenes
religiosas de la Ciudad Eterna.
El viernes por la
mañana el cuerpo fue trasladado solemnemente a la basílica de San Pedro, fue
llevado por ocho camareros y expuesto a los homenajes del público.
El sábado por la
noche tuvo lugar la ceremonia final de lo más impresionante en presencia de un
número restringido de invitados. Después de una primera absolución pública y
solemne, seis portadores en capa negra trasportaron el cuerpo a la capilla del
coro en donde se habían reunido los cardinales y miembros del cuerpo
diplomático cerca de la Santa Sede. El canto lúgubre que resonaba en la inmensa
nave casi vacía, el cuerpo fue envuelto en una sabana de damasco rojo y
depositado en un primer ataúd de madera de pino. Después en un segundo ataúd de
metal y después en el tercero de madera de olmo, fueron sucesivamente cerrados
y sellados. Después el cortejo se reforma y con un pequeño carro, el ataúd sagrado
fue llevado hasta el altar de la Confesión en donde descendido en la tumba
provisional que se le había preparado.
Los funerales del
papa habían terminado.
Ahora el mundo
cristiano olvidando su dolor puede comulgar en un gran acto de fe y esperanza
con los ojos vueltos hacia el Cónclave que, a pesar de los acontecimientos,
parece ser que se ha de reunir dentro de unos días. Sobre los 61 cardinales
llamados para tomar parte, 21 de ellos participaron en el Cónclave de 1903. Y
con que tristeza deberán unirse en su prisión de unos días, los cardinales
venidos de esta Alemania y esta Austria-Hungría, que sus soberanos, en su
orgullo y en su ambición, han decretado la muerte de centenares de miles de
hombres invocando al Dios de los cristianos.
La exposición del cuerpo del Papa pío X en la capilla
del Santo sacramento, en la basílica de San Pedro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario