viernes, 4 de julio de 2014

Centenario de la primera guerra mundial 1914 - 1919

Semana del 29 de agosto al 4 de septiembre 1914

Los Funerales del Papa Pío X

   Mientras que una parte de Europa se encuentra a fuego y sangre y que todas las naciones del globo asisten con agobia a las primeras peripecias de la más formidable de las guerras que jamás ha visto la humanidad, el mundo cristiano, se desvía un instante de esta visión para mirar hacia el palacio en donde viene de extinguirse, aniquilado por la guerra que él no ha podido evitar, el augusto anciano, apóstol soberano de bondad y paz universal, que desde hacía once años ocupaba el trono de San Pedro. De una parte a la otra de la península, la Italia se ha estremecido aprendiendo la noticia, en las ciudades, en las campañas, en los pueblos, se han puesto a rezar. En Roma una gran muchedumbre meditabunda se dirige hacia el Vaticano ansiosa de contemplar por última vez el rostro sereno de Pío X envidiando sin amargura a los privilegiados prelados y patricios admitidos a ver de cerca las ceremonias impotentes que reclama la muerte de un Papa. Ceremonias preparadas desde hace tiempo, siguiendo un orden inmutable y, que, esta vez siguiendo el deseo exprimido por el difunto pontífice, fueron también tan simplificadas que lo permitían los ritos consagrados.
   Fue durante la noche del jueves 20 de agosto, hacia la una de la madrugada, que el soberano pontífice rindió el último suspiro, después de habérsele escapado palabras inarticuladas, en las cuales han creído
reconocer las frases “guerra” y “Paz”. A su lado velaban sus dos hermanas, su sobrina, los cardinales Merry de Val, secretario de Estado y Bisleti.
    Los nobles guardias de servicio, llegaron de seguida para montar la guardia al lado de los restos mortales, se procede al último aseo, y, pronto en la logia de Rafael se van deslizando sombras que vienen devotamente a arrodillarse delante del lecho mortuorio.
El Papa Pio X en su lecho de muerte

   Desde el alba, una multitud meditabunda iba llenado la plaza de San Pedro las miradas levantadas y fijas en las ventanas del apartamento privado. Jamás de memoria de romanos, no se había visto, en parecidas circunstancias una aflicción tan real ni tan grande. Pío X hijo del pueblo, había conquistado por su bondad y por la simplicidad de su vida.
   La muerte del papa releva ipso facto de sus funciones al secretario de Estado y a varios altos funcionarios de la Curia romana. Es el camarlengo de la iglesia que preside todas las ceremonias y que asume la administración general de la iglesia hasta la elección del nuevo pontífice. A este título el cardenal Della Volpe, tuvo que confirmar el fallecimiento después de haber golpeado por tres veces la frente del difunto con el tradicional martillo de plata.
   Siguiendo la voluntad de Pío X, su cuerpo no fue embalsamado. Hacia el final del día, vestido con hábitos pontificales, fue llevado a la sala del trono donde de 5 a 7, se vio desfilar los miembros del cuerpo
diplomático, el alto clérigo y de todas las órdenes religiosas de la Ciudad Eterna.

   El viernes por la mañana el cuerpo fue trasladado solemnemente a la basílica de San Pedro, fue llevado por ocho camareros y expuesto a los homenajes del público.
   El sábado por la noche tuvo lugar la ceremonia final de lo más impresionante en presencia de un número restringido de invitados. Después de una primera absolución pública y solemne, seis portadores en capa negra trasportaron el cuerpo a la capilla del coro en donde se habían reunido los cardinales y miembros del cuerpo diplomático cerca de la Santa Sede. El canto lúgubre que resonaba en la inmensa nave casi vacía, el cuerpo fue envuelto en una sabana de damasco rojo y depositado en un primer ataúd de madera de pino. Después en un segundo ataúd de metal y después en el tercero de madera de olmo, fueron sucesivamente cerrados y sellados. Después el cortejo se reforma y con un pequeño carro, el ataúd sagrado fue llevado hasta el altar de la Confesión en donde descendido en la tumba provisional que se le había preparado.
   Los funerales del papa habían terminado.
   Ahora el mundo cristiano olvidando su dolor puede comulgar en un gran acto de fe y esperanza con los ojos vueltos hacia el Cónclave que, a pesar de los acontecimientos, parece ser que se ha de reunir dentro de unos días. Sobre los 61 cardinales llamados para tomar parte, 21 de ellos participaron en el Cónclave de 1903. Y con que tristeza deberán unirse en su prisión de unos días, los cardinales venidos de esta Alemania y esta Austria-Hungría, que sus soberanos, en su orgullo y en su ambición, han decretado la muerte de centenares de miles de hombres invocando al Dios de los cristianos.
La exposición del cuerpo del Papa pío X en la capilla del Santo sacramento, en la basílica de San Pedro.

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