miércoles, 25 de junio de 2014

Centenario de la primera guerra mundial 1914 - 1910

Semana del 22 al 29 de agosto del 1914

La batalla de Haelen

   El suelo de la valerosa Bélgica, sobre la cual se ha producido el primer ataque alemán, la primera empresa contra una plaza fuerte, Lieja, ha tenido también el honor de ver desarrollarse uno de los primeros combates serios en rasa campaña. Esta batalla se ha librado el sábado 12 de agosto, entre las localidades de Diest y Haelen y puestos en presencia unos 15.000 hombres.
Un rincón del campo de batalla de Haelen: Los heridos han sido recogidos, los muertos se los han llevado, solo quedan los cadáveres de los caballos

   Los belgas tenían delante de ellos la caballería alemana que venía de dragonear tan salvajemente, saqueando y masacrando alternativamente en el Limboerg y el Brabant y en los alrededores de Jodoigne, Tirlemont, Hasselt, Louvain y entre ellos los fúnebres húsares de la Muerte, de Dantzing, que en otro tiempo mandaba el kronprinz, sus exacciones actualmente han sido castigadas.
   El miércoles por la mañana, los alemanes dejaban Hasselt, declarando ir todo derecho hasta Bruselas. Desgraciadamente para ellos, había en su camino <<alguien inesperado>> como dice el poeta.
   Así que ellos parten sin mismo un explorador, tan seguros estaban de ellos mismos, a través de una comarca bastante accidentada. Llegaron hasta Haelen. Pero a penas el primer pelotón de uhlans, penetra en este pueblo, fue acogido por un intenso fuego. El pelotón fue segado completamente. Los ciclistas armados con ametralladoras portátiles Hoctchkiss, que acababan de hacer el relevo y en el primer golpe que realizaban le fue terrible a los alemanes, probando de esta manera que su cuerpo era tan terrible que ingeniosamente organizado <<un solo cargador fue suficiente para barrer el camino>> decía al día siguiente el capitán de la compañía. El combate empezaba de empezar.
Algunos de los héroes belgas de la batalla de Haelen: Ciclistas armados de ametralladoras portátiles Hotchkiss

    Los ciclistas resistieron magníficamente. Los oficiales les daban ordenes con la misma clama que si estuviesen de maniobras. La flema belga, nada tiene que envidiar a la flema británica.
LOS VENCEDORES DE  HAELEN: Pelotón de ciclistas teniendo en batería sus ametralladoras portátiles, cuyo fuego detuve el impulso de la caballería alemana.

    Los alemanes pronto se dieron cuenta que los que se erigían delante de ellos, no eran numerosos y lanzaron su caballería en tromba <<Nos los enviaron al fuego como en las maniobras, como si no tuviésemos balas para los fusiles>>, debía declarar más tarde uno de los oficiales heridos.
   Las dos ametralladoras de la compañía ciclista entraron en acción, los impetuosos jinetes no tuvieron otra solución que retirarse. Entonces los alemanes hicieron sonar el cañón. Una lluvia de metralla aplasta el pequeño burgo acribillando las calles, las casas, la iglesia. Bien al abrigo, bien disimulados, los ciclistas
belgas aguantaron hasta el momento justo que se sintieron cerca de ser desbordados por el número: solo con 200 hombres los belgas habían mantenido en respeto a 6.000 alemanes. Se retiraron, no sin antes hacer saltar el puente de Haelen.
    Las tropas belgas se agruparon más atrás, las desenmascararon. Fue de un parte y otra una cañoneada terrible. Fue una constatación interesante y que los comunicados franceses del Ministerio de la Guerra ya habían señalado, que en escaramuzas que tuvieron las tropas francesas, fue que el efecto de los obuses alemanes era casi nulo ¿Es que en realidad habían calumniado a la casa Krupp, cuando la acusaron de haber vendido a los pobres turcos proyectiles de exportación?
   El tiro de los belgas al contrario, era de una precisión y potencia ejemplar y la prueba la tuvieron en el momento de la retirada, en que un solo cañón enemigo continuaba tirando, los otros estarían sin ninguna duda en mal estado. La ventaja pronto se manifiesta del lado belga. Una ligera fluctuación se hizo sentir del lado alemán, ya que la caballería había quedado clavada bajo el fuego de los cañones belgas, estaba inmovilizada, esto sólo fue un duelo de artillería.
    Y por tanto en un momento dado, dragones de la Mecklembourg se lanzaron como en un supremo esfuerzo por la carretea de Haelen. No llegaron muy lejos, a la entrada de Zelck-Haelen, en una barricada instalada a través de la carretera, dos ametralladoras ciclistas estaban emboscadas, otras en los graneros de las primeras casas del pueblo, otras en el campanario de la iglesia. Los estaban esperando tranquilos. Y cuando la caballería, con su flama amarilla y negra se encontraba a unos 200 metros, el crepitar de las armas automáticas estalla en una granizada. El escuadrón fue segado como un haz de hierba. Solo dos pobres caballos embalados franquearon la barrera.
    Esto fue para los alemanes la señal que la partida estaba perdida. La artillería se iba callando gradualmente. La retirada se diseña hacia Saint-Trond. Por la noche no queda sobre el terreno de la lucha que un montón de muertos y heridos, armas abandonadas, lanzas, fusiles, accesorios de equipamiento. Los alemanes habían perdido más de 3.000 hombres.
    Fue durante varios días una visión infernal, un verdadero cementerio, en donde los cadáveres de los caballos se mezclaban con los de los hombres. Los campesinos, no llegaban que con mucha pena a enterrar a los unos y a los otros. Se pensó por un momento que estarían obligados a quemarlos, no le veían el fin del trabajo.
   En cuanto a los heridos, se había hecho ya la diligencia para sacarlos, todos confundidos, belgas y alemanes tratados con los mismos cuidados. Estos últimos asombrados de encontrarse acostados en camas con sabanas blancas en el hospital civil de Diest. Ya que con el fin de mejor excitarlos al combate, sus oficiales no cesaban de repetirles que el enemigo no dudaría si caían entre sus manos acabar con ellos de un tiro. Muchos de ellos llevaban colgado al cuello una placa con su nombre, el número de su regimiento, la indicación si ya había estado herido, con un aviso médico aconsejando los cuidados que había que prodigarle.
   Entre los trofeos de la victoria, se encontraba el estandarte de los húsares de la Muerte, el macabro estandarte, el cual hace apenas unos meses, el kronprinz abandonaba el regimiento para ir a Berlín, al estado mayor para preparar la guerra. Al día siguiente de la ruda batalla, el estándar se encontraba en el ayuntamiento de Diest, triste bajos sus colores sombríos, lo mismo que un plumero de catafalco.


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