jueves, 5 de junio de 2014

Centenario de la primera guerra mundial 1914 - 1919

Semana del  1 al 7 de agosto del 1914

La Crisis europea

El general Conrad de Hotzendorf, jefe de estado mayor general de ejército austro-húngaro

   La Servia muestra en la ocurrencia, toda la sabiduría que se podía esperar de ella. Ella acepta con la más laudable abnegación todas las exigencias formuladas en la nota, no haciendo reservas que sobre dos puntos:

Ella pedía que le probaran la culpabilidad de los funcionarios y oficiales que le obligan a sacrificar, ella destaca también, de recibir explicaciones sobre la forma en la cual, los funcionarios de Austria tomarían parte en la encuesta, que ella se declaraba lista para abrir.

   Así, habiendo remitido su respuesta en el plazo concedido, el gobierno serbio podía esperar haber evitado la querella de lobo que le buscaban.

    ¡¡En que error se encontraban!!

   El Sr. Pachitch, presidente del consejo, que había llevado la nota oficial al barón Giesl, apenas había vuelto a su ministerio, que él recibía del representante de Austria-Hungría, el aviso escrito, que esta nota, en el punto de mira de las instrucciones que había recibido este diplomático, no podía satisfacerle, que en consecuencia, conformándose a las ordenes de su gobierno, él dejaba Belgrado con todo el personal de la delegación.

     La Europa entera quedó estupefacta.

    La brutal nota del gabinete de Viena había sido comunicada conforme a los términos en todas las cancillerías. El viernes 24 por la mañana, el conde Szecsen de Temerin, embajador de Austria-Hungría, le había entregado al Sr. Bienvenu-Martin, encargado en la ausencia del Sr. Viviani, que acompañaba en Rusia al jefe del Estado francés, del ínterin del ministerio de Asuntos Extranjeros. El diplomático, bastante emocionado por la grave crisis tan inopinadamente abierta, de seguida se propuso plantarle cara.

   La primera cuestión que él se puso, fue de saber cual iba a ser la actitud de la Rusia, protectora de los países eslavos y más particularmente benévola de la Serbia.

    La gran nación amiga no falto en su deber tutelar. Con la esperanza de que un poco tiempo ganado permitiría, seguramente una intervención colectiva de las potencias, ella pidió primeramente al gobierno imperial y real de prolongar dos días el plazo que el le había dado a la Serbia para responder a su nota. Vana tentativa, ya se ha visto, la resolución agresiva de Austria, considerada por adelantado de impotencia todo tramite amical.

    Una sola influencia, evidentemente podría ser eficaz, es la de la Alemania.
Una manifestación en Berlín delante de la estatua de Bismark

    Pero, desde el principio del conflicto, el gobierno germano había tomado una actitud que no permitía esperar nada de su parte sobre una intervención moderadora.

    El 24 de julio, en efecto, el Sr. Schoen, embajador alemán en París, se presenta en el quai d’Orsay y dando lectura al ministro interino de Asuntos Extranjeros, en presencia del Sr. Philippe Berthelet, director de asuntos políticos, de una nota bastante ambigua, que las explicaciones ulteriores no han verdaderamente establecido el carácter. Estaba indicado que el debate debería quedar localizado entre Viena y Belgrado y no devenir una cuestión de alianzas, que si se pasaba de otra manera, se podría temer a las consecuencias las más graves.

    Estas consecuencias se les veían claramente. Si, en el caso de hostilidades, la Rusia intervenía, la Alemania aportaría apoyo a su aliado, y la Francia, la Inglaterra y la Italia, se encontrarían arrastradas en la más terrible de las guerras: Triple-Entente, contra triple Alianza.

    No obstante, al día siguiente, afirmaban de Berlín, en un comunicado oficioso, que no había acuerdo previo entre Austria y Alemania y, que esta no había conocido la nota de su aliado que por su publicación.
   En estas conjeturas inquietantes, ninguno de los gobiernos –sobre reserva, seguramente por el gobierno austriaco- no había perdido su sangre fría. Cada uno de ellos se limitaba a tomar medidas de seguridad y conservación.

    Primero, el gobierno serbio –a la cabeza de la cual esta, desde hace algunas semanas, el príncipe heredero, ya que el rey Pedro, cansado, habiendo que resignarse a reposarse- abandona Belgrado indefendible, se retiró y se instaló desde el lunes en Nisch, desde donde el movilizaba el ejercito nacional.

    Sus amigos, sus aliados en las recientes guerras, a penas repuestos de los rudos sangrados que han sufrido, el pequeño Montenegro y Grecia, se unen a sus filas sin la sombra de una duda. La Rumanía afirmaba su voluntad de respectar el tratado de Bucares. La Italia y la Alemania, también tomaban sus precauciones.

   Pero la potencia de la Triple-Entente no se queda atrás. La Rusia, con más calma, más segura en ella misma, después de haber dado a la Servia los mejores consejos, la Rusia en la que las huelgas se habían apagado con el soplo frío venido de Occidente, en donde la muchedumbre se exaltaba por la lucha, se preparaba para movilizar cuatro distritos militares, o sea cuatro cuerpos de ejercito. La Inglaterra, cuya flota estaba toda ella en pie de guerra, venía precisamente de ser pasada en revista por el rey Jorge manteniéndola movilizada y, después de haber preconizado sin fruto la reunión de una conferencia internacional, afirmaba con palabras de una solidaridad completa con las dos naciones amigas.

   En Francia ninguna emoción inquietante, ya que hay que desdeñar en sus cuentas algunos vagos renombres de la espuma de los barrios, la confianza, el espíritu, una magnifica serenidad.


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